viernes, 4 de abril de 2014

Mudanza

Mudanza. Significados: 1 - Cambio que se hace de una vivienda o habitación a otra y que consiste en trasladar los muebles y los enseres al nuevo lugar de residencia. 2 - Cambio o transformación de unas ideas ó actitudes. 3 - Cierto número de movimientos de baile.

Sin lugar a dudas, cambio, en resumidas cuentas.

Hoy ha amanecido un precioso día de otoño. Soleado y caluroso. Tengo la intuición que “A” lo estropeará. Lleva unos días misterioso. Silencioso. Con la mirada perdida en el infinito. Bajamos al parque. No habla demasiado ni suelta ninguna palabra mal sonante. Lo dicho, mala señal. La conversación de hoy gira en torno a practicar deporte y Nacho pregunta: - Tienes bicicleta?-.

Y él contesta: - No se qué hacer con mi vida y voy a pensar en tener una bicicleta? -.

No me sorprende su respuesta. Podía interpretarse como una respuesta sin lógica, coherencia, ni sentido. Pero yo se a qué se refiere. O al menos tengo esa sensación. Intuición femenina. Ha tenido bronca con su rollo de fin de semana. Ella empieza a cansarse de cenas los viernes por la noche y vida conyugal sábado y domingo hasta media tarde. Quiere más. “A” no sabe qué contestar.

Y Nacho vuelve a preguntar. Y me mira interrogándome, como quien pregunta “pero a éste qué coño le pasa?”. Yo le devuelvo la mirada, mientras mis ojos le responden “ya sabes lo raro que es”.

Nacho es dueño de Izu (macho, de raza boxer y pelo marrón, para más señas). Él también es asiduo a los paseos por el parque. Se unió a nuestro grupo. O nosotros nos unimos al suyo. Al uno que forman Izu y él. Son como si fueran uno. Es un perro tan asustadizo, tan cobarde, tan miedoso, que siempre está sobre los pies de su amo. O entre sus piernas. O en sus rodillas si estamos sentados en un banco. Y eso que su altura supera los sesenta centímetros y su peso es más de treinta kilos. Lo tiene desde que era cachorro. La broma le costó cincuenta euros. Mejor. Cincuenta pagó por él y su hermano. Un donativo que pedía un cualquiera de algún lugar que los iba a sacrificar. No pudo permitirlo. Uno se quedó con él. El otro fue para su hermana. Así, Nacho ahora tiene dos hijas y uno más en su familia. Junto con el okupa fantasma que se acomodó en su casa. Y aunque parezca una broma él asegura que es verdad.
Vive en un piso grande de un edificio histórico rehabilitado. Conocimos los más de ciento y pico metros el día que organizó una cena para toda la panda en su casa. Como buen anfitrión que se precie, nos hizo una visita guiada. La habitación de una de las niñas. Porque niñas es como las llama. Una pasa de los veinte, la otra este año los alcanza. La habitación de la otra. Ésta la comparte con el fantasma. Y nos reímos. Y nos afirma que no es broma. Hay hechos y ruidos que prueban su existencia. Como si fuera el abuelo que narra historias, nos detalla la batalla:
Fue cuando aún vivía su mujer en casa. Antes del divorcio. Ella había dejado unas toallas encima de la cama. Después se fue a dar una ducha. Cuando salió y cogió una de ellas para envolvérsela en el pelo, ésta estaba llena de alfileres con las puntas hacia arriba. Ninguno de los dos pudo dar crédito a lo que ambos estaban viendo. Y no fue una travesura a modo de venganza, promete. Ella montó en cólera acusándolo a él. Él sabía que por alguna razón la venganza era del fantasma. Investigó. Tiró de archivo, que se dice en estos casos. Averiguó que una mujer había muerto, hacía años en esa casa. No quiso saber más. Pero muchas veces nota su presencia. Oye sus pasos, dice. Las estanterías parecen derrumbarse, se escucha un fuerte zumbido, como si todos los platos cayeran al vacío. Y luego vas, y no pasa nada. Todo sigue igual. Pero notas que hay alguien más en la casa. Izu también lo siente. O presiente. Y en ese caso sale corriendo a esconderse debajo de la mesa de la cocina. Su rincón preferido. Y mientras se acurruca piensa “casa”. Como en nuestros juegos cuando éramos niños. Esa palabra te salvaba.

Y seguimos conociendo su despacho, lleno de libros. Y el salón con más de un ambiente. Para leer. Para escuchar música. Para ver televisión. Finalmente nos sentamos. Aquel día quedamos Alfredo y Viviana, Miguel e Irene, “A”, Nacho y yo. Faltaron Silvia, CV, Antoñito y el becario.

El despliegue de platos no se hizo esperar. Nos preparó: croquetitas caseras de jamón, tortilla de patata con cebolla, bocaditos de empanada, canapés de crema de queso con pimiento caramelizado…Estaban riquísimos todos los platos. Alfredo no pudo con todos ellos. A todos nos pareció raro. Además en breve empezarían el régimen. Viviana dijo que había engordado tres kilitos y quería quitárselos de encima. A quien no consiguió quitarse fue a “A” que quería comprobar a toda costa la distribución de esos kilos por su cuerpo. El postre lo llevó Irene, flan de chocolate y almendras. Nacho nos prohibió las repeticiones de éste. Dijo que esos veinte centímetros de flan que sobraban eran para él, para cuando luego se pusiese a ver una peli guarra en su super tele de plasma.
Alfredo decidió, aquel día, llevarse el bote de nata para jugar luego con Viviana.

Para contentar a “A”, por ese carácter que gasta, Nacho le regaló una radio digital desmontable, lo que hizo que estuviese un rato entretenido acoplando el mecanismo. Y lo que más le emocionó fue saber que le llaman el guapito del parque. Lo hace una chica que pasea a un caniche blanco (desconocemos su nombre. Y el de ella). Le adorna con lazos y horquillas, a juego con el color que ella viste cada día. Y Nacho esa tarde la preguntó si nos había visto a algunos de nosotros y ella le contestó que había visto al “guapito” moreno que pasea a dos perros. Nacho afirmó que le costó llegar a la conclusión de que a quien se refería era a “A”, porque aunque coincidía lo de moreno, y si me apuras lo de dos perros (Biko y Flecha) no se le hubiera ocurrido el calificativo de “guapito” entendido como tal. Quizá irónicamente sí. Pero no notó en ella esa intencionalidad en su expresión. Y entonces nos reímos más. Y “A” en su afán de explotar tal calificativo, no hizo más que colocarse el pelo, arriba y abajo, derecha e izquierda, meneo y contra meneo durante lo que quedó de noche. Antes de despedirnos Nacho nos regaló a las chicas unos relojes. Por buscar un pero, no tenían pila. Por buscar dos, llevaban la publicidad de su empresa. Pero eran preciosos. El problema ahora sería qué regalos despacharían los siguientes anfitriones. El listón quedaba muy alto. Alfredo y “A”, comentaron algo de unos consoladores. Yo apunté que en ese caso, que viniesen con la pila cargada. Para evitar ansiedades. Y así termino aquella noche en casa de Nacho.

“A” sigue raro. Más de lo normal. Y eso roza lo imposible. Pero hoy es posible, repito. Su cabeza valora los pros y los contras del cambio que supondría en su vida tomar una u otra decisión. Propone a Nacho que mañana queden a tomar café. Será para ver qué bicicleta se compran, pienso en plan de broma. No les veo ni a Nacho ni a “A” con mallitas de ciclista por muy de moda que esté el Giro de Italia ó el Tour de Francia. Creo que la Vuelta a España tiene menos renombre, o quizá es al contrario. Yo tampoco entiendo de eso. Ellos son más de pasear. Y a paso lento, para no agigolarse. Y luego piensan en chicas de treinta. Me río yo. Las de cincuentas les parecen viejas. Mucho quiero y no puedo.

Me comenta Nacho en secreto que “A” tiene pensado mudarse. Parece ser que es cierto que tiran más dos tetas que dos carretas. A treinta kilómetros de la capital. A la zona norte. Eso le supondrá levantarse una hora antes de lo que lo hace ahora. Y chuparse el atasco de entrada, más el gasto de gasolina. Pero ya se sabe, sarna con gusto no pica. Dice que por ganar calidad de vida. Dice que para que Biko tenga un jardín propio donde disfrutar. Lo que no dice es que se irá a vivir con ella y con Otto (macho y de raza pastor alemán, para más señas). Lo que no dice es que aquello no funcionará.

En resumidas cuentas, cambio, sin lugar a dudas.

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