Hoy me he parado a pensar. Tengo una vida muy normal. Estoy en uno de esos momentos en que el tiempo va pasando a mi lado casi sin saludar. Y cuando miro al calendario otro día ha pasado. Así sin más. Y entonces me pregunto realmente qué quiero ser. Y sentir. Y vivir. No puedo seguir viviendo sin vivir. Me apetecería perder la calma. Y entonces intuyo que voy a tropezar de nuevo. Sólo espero que sepas entender el límite porque voy a empezar diciéndote que no soy de fiar, sentimentalmente hablando. Acuérdate de estas palabras cuando me pidas cariño y yo te responda con un jodido: te lo dije.
Soy la presidenta de mi comunidad de vecinos. Parece un título elegante, pero se resume a ser portavoz de la escalera. La que tiene que ir con dimes y diretes entre vecinos. Y a veces, con suerte, la que tiene la última palabra. Hoy ya estamos de obras en la fachada. Hemos contratado a un arquitecto externo que controle las actuaciones de los obreros. Por recomendación de la Empresa Municipal de la Vivienda. Y por nuestro propio interés. No tiene sentido pensar que un arquitecto de la empresa contratada para llevar la obra ponga a la orden a los obreros que trabajan en la misma y pegas al jefe que paga su nómina. Es obvio hasta para una rubia como yo. Y entonces buscamos contactos. Y un miembro de la comisión de obras formado por dos vecinos más, conoce a un arquitecto con el que trabaja esporádicamente. Es de su confianza así que velará por los intereses de nuestra comunidad de vecinos. El arquitecto nos pasa presupuesto de lo que nos costará el proyecto y sus quehaceres. Aceptamos todos los ceros que lleva su minuta. Otro más a formar parte de esta comisión de obra que tendrá que revisar el papeleo solicitado, la tramitación de licencias y que los obreros lleven los arneses, cascos y resto de indumentaria requerida por las buenas prácticas escritas en vete tú a saber que decreto, ley o similar. Optamos por comunicarnos vía mail. Menos mal que no se plantea el tan de moda whatsapp ó twitter. Será porque como no somos adolescentes no estamos tan obsesionados con las nuevas tecnologías. Al menos por mi parte. Y yo lo prefiero. Se que las redes sociales son la revolución que nos permite conectarnos instantáneamente con mucha gente. Pero yo no necesito estar conectada con tanta. Además, soy más de redacciones largas. Y no de respuestas con monosílabos. Sobre todo cuando mandas un sms con más de una pregunta, algunas de ellas incluso contradictorias, y el receptor responde con un sí ó un no, a secas. Pero si el coste es el mismo utilices uno ó el total de los caracteres permitidos. No lo entiendo. De ahí que prefiera la longitud que permite un mail. Puede ser largo, muy largo. Y a mí me gusta escribirlo así, porque normalmente no tengo tiempo de hacerle más corto. Y así empezamos con nuestra retaila de mails comunitarios.
J, el arquitecto, empezó enviándonos el borrador de lo que sería su contrato. Encontré algunas claúsulas desconcertantes, por no decir abusivas, así que contesté con las correcciones oportunas que se me ocurrieron. Utilizando un tono más bien cordial, para evitar la distancia que puede marcar un contrato formal. Respondió con un: “Remito borrador modificado con indicaciones y cambios. Había puntos que eran errores de otro contrato y el apartado relativo a los honorarios por exceso de visitas, lo he modificado sin poner cantidad. El objeto es evitar, como me ha pasado en otros casos, triplicar visitas por causa de constructoras sin capacidad para hacer las obras”.
Una vez aclarado este punto importante en nuestra economía comunitaria, J continuó con el desarrollo de su proyecto. Visitó los pisos de los vecinos, para tomar medidas y comprobar bases de construcción de nuestro edificio, y contactó con el técnico municipal que visaría cada uno de nuestros movimientos. Y todo esto se fue desarrollando a lo largo de los meses.
Mientras, las vecinas me increpaban cuando nos cruzábamos en la escalera, avasallándome a preguntas de lo más cualificadas. Y las distintas empresas con las que habíamos contactado al inicio para solicitarles presupuesto, volvían a llamar para ver quien se había llevado el gato al agua. Gato que en aquellos momentos no había sido ni engendrado, pues según la técnico municipal habría que llevar a cabo algunos arreglos más, no contemplados en el presupuesto inicial solicitado. De nuevo me tocó contactar con la docena de participantes detallándoles los nuevos conceptos. Y todo ello en horas fuera del trabajo. Y todo ello con las vecinas metiendo prisa. Y todo ello con el típico tono formal de las comunicaciones. Demasiado aburrido para mi forma de ser. Cambié el enfoque. Empezamos con la contra reloj de analizar minuciosamente cada presupuesto y hacer una comparativa. Y así llegamos casi al final del principio.
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