Soy mentirosa compulsiva y odio los compromisos. Siempre pensé que era por predisposición genética pero, he analizado a mi familia directa, mis tres hermanas, y el resultado es una a dos (de las tres, una también miente), más yo. Empate a dos. Lo que significa que algo habrá. El resto es cosecha propia. No sé por qué lo hago pero miento. Indiscutiblemente miento. Habitualmente miento. Casualmente miento. Parece que lo hago sin pensar. No es ni malo ni bueno. O al menos así me lo parece a mí. Transformo la verdad porque me apetece que ésta sea de otra manera. Y eso dicen que es mentir. Pero la verdad es la mía, la que yo tomo como tal. A nadie más que a mí le importa cómo pincele mis verdades o cómo rotule mis mentiras. Y punto. Si me llamas y no contesto es que estaré ocupada. A ti te da lo mismo en qué. No soy de compromisos, ni de explicaciones. Y lo mismo te tiene que dar si te digo o no la verdad. Qué manía con juzgarme. Mientras no nos hagamos daño da igual que tú seas verdad y yo mentira, ó viceversa.
Sigo delante del ordenador cuadrando el nombre de los doscientos treinta y seis invitados de la próxima boda. Les pedí a los novios que me enviasen el listado en Word y en no más de dos hojas. He recibido un documento de Excell de quince foleos. ¿Tan difícil es entenderme ó es tan fácil ignorarme? Estoy absolutamente convencida que hacerlo de esta manera les ha llevado más tiempo y trabajo que si hubieran escuchado mis consejos. Muchas veces creo que cuando comento a la pareja de novios cómo organizar su boda, cómo distribuir a los invitados por mesa, cómo deben seguir el protocolo,… ellos piensan que si hacen justo lo contrario, su boda será más original. Darán ese toque personal que a nadie antes se le ha ocurrido, salvo a ellos. Y claro, el resultado puede ser lamentable y yo la responsable. ¿Si soy yo la que ha organizado cientos de bodas, no sabré algo más que ellos, vírgenes en estos menesteres?- Me pregunto-. A lo sumo, en algún caso, alguno de los dos o los dos incluso, lo habrán vivido en alguna otra ocasión, en su primera vez, y puede que algún valiente vaya a por la tercera, pero la mayoría no tienen ni idea y mi trabajo es organizarles en ese día tan especial. ¿Por qué no me escucharán?
Las mesas del catering tienen un diámetro de un metro y casi cincuenta y cinco centímetros. Si el bajo plato es de treinta y dos centímetros, cómodamente caben ocho invitados por mesa, y un poco más estrechos nueve. La pareja que se casa este próximo sábado quiere sentar a diez personas en la misma mesa. Imposible. Dicen que el tío Wences tiene que sentarse con los nueve acompañantes que le han adjudicado. La novia me explica que es por un problema familiar que viene de hace tiempo. Yo la entiendo. Trato de buscar una solución. O cambiamos el tamaño de la mesa o el tamaño del bajo plato. Ninguna de las dos opciones la convence. La primera porque desequilibra visualmente el conjunto del montaje. Todas las mesas del mismo tamaño y una treinta centímetros de diámetro más grande no queda homogéneo. La segunda porque un bajo plato más pequeño queda menos elegante a sus ojos. A los míos, el tío Wences, por mucho de Boston que venga, me está dejando sin recursos. Ha tenido más de un año para confirmar su asistencia y lo hace tres días antes de la boda, cuando todos los invitados están ubicados. Era una sorpresa. No se si reírme o sorprenderle al tío Wences con un no - sitio en la mesa. Paciencia. Más paciencia.
Me interrumpe Flecha. Ha perdido su pelota. Mejor, la ha empujado debajo del sofá y no llega a cogerla. Viene hasta mi silla y se sienta a mi lado. Me mira con cara de buena mientras emite un gemido tímido. No tengo tiempo de levantarme a buscar pelotas. Sigo centrada en lo mío. Sigue mirándome y esta vez levanta la patita y me roza con ella.
– Ahora no Flechita – la digo. Me quedan unas cuantas decenas de nombres. Vuelve a insistirme. No puedo ignorarla. Esa mirada con la cabeza ladeada y la patita en el aire, me supera. Voy a buscar la extraviada pelota.
Vuelvo a mi mesa de trabajo, a los invitados de la novia y sus problemas familiares. Como si no tuviera bastante con los míos. Que los tengo. Han pasado dos semanas y no he llamado a mi hermana. Somos cuatro. Dos de ellas viven en Segovia y las otras dos, dentro de éstas una soy yo, en Madrid. No me hablo con la hermana que vive a unas cuantas manzanas de mi apartamento. Tuvimos una discusión tonta y la tontería fue a más. Ahora con el paso del tiempo y el silencio de por medio, se hace más difícil de arreglar. Ya no somos niñas aunque nos estemos comportando como tal. Es curioso. Siempre ella fue mi hermana favorita. Yo era el original y ella mi fotocopia, decía mi madre. Es la pequeña de las cuatro. Nos llevamos once años, lo que significa que muchas veces he hecho el papel de mi madre. La he llevado al colegio, la he recogido, la he dado de comer, merendar y cenar, y venía de paseo con mi grupo de amigos. Es más, por la noche, cuando se despertaba sobresaltada en sueños, gritaba mi nombre buscando cobijo. Y hoy no nos hablamos. Curiosa es la vida. Me acusa de no haberla defendido en una discusión con una tercera persona. No, no lo hice porque ella no tenía razón. No siempre puedo hacer lo que ella quiere. No siempre debo. Tiene veintitantos años y para mi gusto, a veces, la falta humildad. La vida la ha sonreído lo suficiente para tener un trabajo estable, un apartamento a medias con el banco y un novio. Pero la queda por aprender que la vida no se reduce a su casa (donde vive), su manzana (donde compra), su trabajo (donde gana dinero) y su novio (con quien folla). Existe un mundo lleno de colores, puntos de vista diferentes, personas de otras culturas y razas, países que hablan otras lenguas… y chicos/amantes con otras habilidades sexuales. No es que sepa como se lo monta su novio. Ni me importa. Pero yo soy más de experimentar y la experiencia me dice que no me equivoco. Aun así, me queda mucho por vivir y aprender. Ella ha elegido ser más tradicional. Con uno la basta. Para mí, insuficiente.
Cambiaremos el bajo plato de la mesa del tío Wences. Es la última palabra de la novia. En lugar de treinta y dos centímetros será de veintiocho. Posiblemente nadie note la diferencia.
Reorganizo el pedido de material y las instrucciones de montaje. Confirmo los camareros y su horario de trabajo. Con un poco de suerte no habrá más cambios.
Me apetece un café. Un té con leche que es más saludable. Tengo que disminuir mi adicción a la cafeína. Ya puestos, tengo que disminuir alguna que otra de mis adicciones. No hablo de drogas.
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