miércoles, 26 de febrero de 2014

Viceversa ( 2 )

Biko hoy está triste. Lleva todo el día tumbado. Cuando toca el paseo de turno no hace por moverse. Casi tengo que obligarle. Está deprimido, lo sé. Se ha enamorado y ahora paga las consecuencias de una relación que no funcionó. Pensamos que se merecería un revolcón. Como los que Silvia y yo comentamos. De esos sin compromiso pero apasionados. Y Biko le encontró, o mejor, se le busqué. Navegué por distintas páginas de mascotas en Internet y puse un anuncio: “Perro labrador negro y ojos color miel busca una relación sin compromiso de paternidad”. Pasados unos meses recibí un mail aceptando la proposición. Una pareja de Aranjuez con una perra labradora gigante contestó. Nos estuvimos mensajeando hasta que a la perra la llegó el celo y el veterinario indicó los que serían sus mejores días. Cogimos el coche y allí nos presentamos. Dimos unas cuantas vueltas antes de encontrar la dirección. Nos pasa siempre. “A” se orienta con dificultad. Lo suyo no es interpretar planos ni memorizar indicaciones. Finalmente llegamos. Nos conocimos los dueños (Teresa y Antonio. “A” y yo). Se conocieron los perros (Amber y Biko). Desde luego que aquella hembra labradora era gigante. Biko quedaba muy bajito a su lado. Desde el principio conectaron. Estuvieron correteando por el jardín del chalet toda la tarde mientras nosotros charlábamos y Flecha esperaba en el coche. No era muy recomendable juntar a dos hembras, estando una en celo, y un macho cortejando. Pormenores que hemos ido aprendiendo con el tiempo. Durante el par de horas del café, hubo toma de contacto entre ellos, pero no consumación del acto así que, acordamos que Biko se quedaría allí un par de días más. Le dejamos su mochila (comedero, pienso, correa) y nos fuimos. Él siguió a lo suyo, sin echarnos de menos. Al día siguiente hablé con Teresa. Biko no había querido comer nada y tampoco se había despegado de su amada. Por la noche volvimos a hablar. Biko seguía sin comer, a lo sumo bebía agua y volvía a intentarlo. Me decía que Amber no colaboraba demasiado en el juego. Falta de experiencia. Para los dos iba a ser su primera vez. Biko lo tenía difícil, más que nada por la altura de ella. Ni empinándose llegaba. Pese a todo, lo continuó intentando todo el día y al siguiente. Volvimos a hablar nosotras y Teresa seguía preocupada por la falta de ganas de comer de Biko. Sus ganas eran otras. Quedamos que pasaríamos a recogerle por la tarde. Cuando llegamos él nos ignoró por completo. El amor le tenía anulado los sentidos. Finalmente no lo había conseguido. Biko no se movió durante todo el viaje de vuelta. Estaba lleno de tierra, polvo y bastante más delgado. Demasiado desgaste en dos días. Cuando llegamos a casa le di un buen baño. Después se tumbó en el sofá y no se movió durante horas. Han pasado un par de días y sigue triste. - ¿Cuánto le durará a un perro una decepción amoroso-sexual? o peor ¿Cuánto le durará su primera decepción amoroso-sexual? -. Porque con el paso de las experiencias, las decepciones son más digestivas. Aunque siempre duele, la intensidad ya no es la misma, por muy enamorada que hayas estado esa quinta vez.


Ya ni recuerdo la primera vez que me enamoré. O quizá sí. Debería concretar qué entiendo hoy por enamorarme. En mi etapa adolescente me gustó algún que otro chico y yo suspiraba diciendo que estaba enamorada. Muchas veces ni siquiera había cruzado una palabra con el sujeto en cuestión, pero yo me sentía morir de amor. En mi etapa universitaria me enamoré. Pero esta vez de verdad. Crucé palabras con el sujeto y llegué a acostarme con él. El amor nos duró unos años. Hasta que él me dejó por otra. Lloré. Aquel día me dolió. El tiempo hizo que se me pasase y me volviera a enamorar. Una y otra, y otra vez. Amores fugaces con sexo salvaje. Y es que cuanto menos tiempo ha durado la relación, más apasionados han sido los momentos sexuales. Esto no significa que me acueste en la primera cita o que tenga relaciones de un solo día. Pero mi satisfacción sexual es inversamente proporcional al grado de compromiso adquirido. A las pruebas me remito. Enumeraré tres ejemplos. Mi relación con Gus duró menos de dos meses. Muchos polvos mágicos y una gran decepción. Con Dai fueron nueve meses intensos. Fijamos fecha de comienzo y fin de la relación. Y la cumplimos. Quizá por eso fue perfecta en todos los sentidos. Rodri fue muy complicado. Sexualmente lo daba todo. Sentimentalmente todo lo contrario. Machista y manipulador. Tres meses fueron suficientes. No me apetece recordar más, pero se que hubieron algunos otros. Volvamos al presente.


Suena mi teléfono. Cruzo los dedos. Espero que no sea nadie de la familia del tío Wences. No tengo suerte. Es la novia de nuevo. Olvidó comentarme que el tío Wences se ha hecho vegetariano por lo que hay que cambiarle el menú. Acepto el cambio. Significa que el tío Wences respeta a los animales y eso me gusta. Pienso rápido un plato alternativo al Solomillo. Pastel de verduras ó milhojas de alcachofas con salsa de limón. La novia duda. No puede tomar una decisión. Demasiados cambios en estos últimos días. Se mantiene en silencio al otro lado del teléfono. Espero paciente. La doy tiempo. De pronto empieza a llorar. No me lo espero. Sigo callada, quizá ese llanto no es de mi incumbencia. Carraspeo para recordarla que sigo al otro lado de la línea. Se aclara la voz y me pide perdón.
– Nada – digo. No sé qué puedo añadir. Menuda profesional.- ¿Todo bien? – pregunto, sabiendo que la respuesta es no. Obviamente algo no va bien. Vuelven a coger carrerilla sus lágrimas. La cuestión no es si pastel ó milhojas, así que no haré ningún chiste fácil.
- ¿Puedo ayudarte en algo? – digo pausada, despacio. No soy su amiga, y quizá por eso tengo más posibilidades que se sincere conmigo. Nos hemos visto media docena de veces. Las suficientes para organizarlo todo. El resto de dudas y preguntas las hemos resuelto vía mail ó teléfono. No sabe qué responderme. Lo noto. Y no insisto. Espero de nuevo. Tengo práctica en ello. No me extraña que llore, pienso. Va a casarse. Y peor aún, tiene un tío llamado Wences que es la guinda del pastel. De un pastel de verduras. La elección del plato vegetariano ya la he tomado yo. Al final se decide.
– El tío…. – pausa - …. Wences…. – pausa otra vez - tiene … - pausa de nuevo - cáncer terminal – contesta tímidamente.
Ahora la que se queda muda soy yo. Eso me pasa por preguntar mas allá de lo que me compete. Tomo aire y suspiro.
– Mmmmm…- murmullo mientras intento ganar tiempo para pensar algo. – Lo siento.


A tres días de la boda todas las emociones se complican. La celebración ya no será lo mismo. Son los antojos del destino. Ver el vaso medio lleno es muy difícil en estos momentos. Es el consuelo de los tontos lo único que queda. Difícil me lo está poniendo esta novia. No sé si sería buena idea invitarla a tomar algo por ahí y hacer locuras antes que cometa ella solita la antepenúltima. Decir “sí quiero” es bastante locura. Y especifico antepenúltima porque seguro que habrá otra más, cuando la apriete la maternidad. O quizá debería… No se me ocurre nada. Y ella ya lo habrá pensado todo.
- No puedo suspender la boda aunque no tengo ánimos para seguir adelante – dice de pronto.
Ni se te ocurra, pienso. Doscientos treinta y seis invitados con los planes hechos. Cancelar el catering, las flores, la música, es una locura. Y un dineral para no disfrutarlo.
- Te comprendo. La situación es muy difícil pero es tu día. Vuestro día. Comparte ese día especial con el tío Wences. Si quieres cambiamos el montaje de la presidencia y que os acompañe en vuestra mesa. Al carajo el protocolo. El bajo plato será el mismo para todas las mesas y la que iba a ser de diez pasará a nueve. Así queda este problemilla solucionado – yo aprovechando para pensar en lo mío. No tengo arreglo - Seguro que él también quiere verte sonriendo y feliz. Te ha dado la sorpresa de venir desde Boston. Dale tú la sorpresa de bailar con él, reír con él, disfrutar de él… - había empezado a coger carrerilla sentimental. O me paso o no llego.
- Sí, es cierto. Todo es tan … - las palabras la salían con dificultad.
- Venga, anímate y si necesitas cualquier cosa sabes que puedes llamarme – Lo dije con sinceridad.
- Gracias. Perdona. De verdad gracias – repetía.
- De nada – Oí como quedaba el teléfono como suspendido en el vacío antes de interrumpirse la llamada. Pobre chica. Pobre tío Wences. Ya le sentía como de mi familia. Menuda jugada de la vida.


Volví a organizar el pedido de material y las instrucciones de montaje. Lo hice sin pensar en quejarme. No tenía ningún derecho.

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