lunes, 24 de febrero de 2014

Más o menos ( 3 )

Flecha, Petra y Fosca se han hecho muy buenas amigas. Comparten juegos, ladridos y carreras. Y Mateo sigue, como una sombra, a Flecha. No desiste en su intento de enamorarla. Biko hace alguna de sus escapadas. Desaparece del grupo y unos quince minutos después aparece de nuevo. Al principio estas ausencias me intranquilizaban. Hoy se que si no nos movemos del sitio, volverá. Lo descubrimos una tarde cuando aun no habíamos conocido al grupo y estábamos sentados en un banco. “A” y yo charlábamos, con Flechita jugando cerca. Biko se fue de excursión. Por aquel entonces le gustaba ir a echar carreras con los gatos. O mejor, él corría tras ellos y éstos se mofaban desde los árboles. Pasado un buen rato vimos a Biko que volvía corriendo. Detrás de él, y a la carrera, venían tres agentes del parque. Cuando llegaron donde nos encontrábamos y consiguieron recuperarse y articular palabra, nos preguntaron si el perro negro era nuestro. Pretendían multarnos porque decían estaba perdido y molestando a otros paseantes.
- ¿Si Biko estaba perdido cómo era posible que volviese directamente donde nos encontrábamos?- preguntamos. También descubrimos aquel día que las autoridades (agentes medioambientales en ese caso) mienten y eso hace, a mis ojos, que pierdan autoridad. Decir que Biko estaba molestando cuando se aleja de los desconocidos y rechaza sus caricias y mimos es mentir tratando de justificar su incompetencia. Como una madre saca los dientes en defensa de sus hijos, yo hice y haré lo mismo por los míos. No soy racional cuando se trata de prejuicios establecidos. Ni todos los perros muerden, ni todas las rubias somos tontas. Y no trates de convencerme de lo contrario con una ordenanza municipal en la mano.
- Si se le antoja ponerme una multa hágalo, pero no agote mi paciencia en mi tarde de paseo. Vengo a relajarme.- dije. Aquel día finalmente no nos multaron. No tenían argumentos sólidos ni probables. Hubiera recurrido hasta el final. Las injusticias me pueden. Las injusticias contra animales, más.


Se acercan Irene y Miguel con Boss. Hace días que no los veíamos. Por sus quehaceres sociales. Es lo que tiene ser una artista ella, y un pediatra bien relacionado él. Desde que conocemos a Miguel yo abuso de su sapiencia médica y siempre que tengo una urgencia en ese aspecto le llamo a él. Sé que no tengo edad para su especialidad pero, repito, no aparento los que tengo.


Irene, además de artista, es muy buena cocinera. Nos lo demostró el día de la cena en su casa. En el parque habíamos organizado algún que otro pic-nic improvisado. No tiene sentido organizar algo improvisado así que lo explicaré de otra manera. Hablamos de llevar algo al día siguiente, de ahí lo de “organizado”. Algo de comer, se entiende. Patatas de bolsa, queso, pan, un par de botellas de vino…etc. Nada sofisticado pero suficiente para entretener al estómago charlando. Cada uno llevaría lo que quisiera, de ahí mi consideración de “improvisado”. Mientras todos abusamos de la compra fácil de productos embasados, Irene se presentó con unos mini sándwich que había preparado con crema de queso, cebollita picada y atún, y una tortilla de patata, manzana y calabacín, que no la había llevado más de quince minutos, dijo. No podríamos igualar aquello, pensamos, mientras abríamos, ya menos orgullosos de nuestra elección, las bolsas de patatas fritas por muy artesanales que indicase el fabricante que eran.


Ese pic–nic fue de pie, en el parque, bebiendo el vino en vasos de plástico, comiendo la tortilla con las manos y cuidando que no fuesen más rápidos los perros a la hora de pillar bocado. Acordamos que nos merecíamos algo más chic y menos estresante. Aunque parezca mentira, es bastante complicado sujetar con una mano un vaso, con la otra el plato de la tortilla, la bolsa con el pan, las servilletas, despistar a los pequeños y llevarse algo a la boca. Y todo ello con la posibilidad de ser multados por “botellón en el parque”, y todos con más de treinta y tantos. Hicimos un repaso mental de dónde podríamos quedar. Algunos de nosotros comunicamos la falta de espacio en nuestros apartamentos. Al fin y al cabo íbamos a ser no menos de diez ó doce. Claro overbooking para cuarenta, sesenta ó setenta metros cuadrados. La casa de Irene y Miguel se describió como lo suficientemente amplia para que cupiésemos todos. Acordamos día y hora. No haría falta llevar nada, y nada llevamos más que nuestra presencia y saber estar.


La recepción de invitados la hicieron Pedrito y Boss. Aquel, había ayudado además en la distribución de bebidas y vasos de distintos tamaños en una de las mesas del salón, y en la otra había colocado platos de canapés, a modo de buffet. Fuimos llegando poco a poco. Yo quedé con “A” primero. Desde su piso bajamos andando. La distancia era corta. Unas cuantas calles en el mismo barrio. Ya habían llegado Vivina y Alfredo. Poco después Silvia, y a continuación CV. Empezamos bebiendo algo y haciendo tiempo para que llegase Antonio. Antoñito es el más pijo del grupo. Y el más joven. Treinta y dos años. Es arquitecto de profesión y soltero. Su perro se llama Baco (macho y golden de color blanco para más señas) y le conocimos sudado y agigolado, después de su media hora de footing por el parque en pantalón corto. Tiene muy buen cuerpo, imaginamos, donde destaca lo que llamamos “tableta de chocolate” ó lo que es lo mismo, unos abdominales perfectamente marcados. Objetivo ideal para ese revolcón del que en alguna ocasión habíamos hablado Silvia y yo. Finalmente el timbre sonó. Era Antonio. Nos quedamos impresionados al verle con un pantalón que le marcaba a la perfección su atributo masculino y unas zapatillas de cuadros muy llamativas. Los más atónitos, CV y “A”, quienes chismorrearon del tema después de observarle detenidamente unos minutos. Lo que hace la envidia.


Las delicias de Irene no se hicieron esperar. Todo estuvo exquisito. Esa noche nos reímos mucho. Pedrito se encargó de la música. No es que se le pudiera denominar DJ pero al menos pudimos bailar. A media noche se presentó el becario. Silvia normalmente es callada. Sólo se explaya cuando ha cogido mucha confianza o ha tomado algunas copas. Aquella noche nos dejó hablar y bailar. Se mantuvo en un discreto segundo plano, sólo participando en la conversación cuando se la preguntaba directamente. Asentía y sonreía dependiendo del tema de charla, hasta que la hizo efecto el cuarto ron con coca cola. Ahí empezó su momento. Se levantó de donde estaba sentada y en la parte del salón que tomamos como pista de baile improvisada, empezó a mover tímidamente las caderas. La canción que sonaba era la de Coti, “Nada de esto fue un error”. Me pareció muy acertada en ese momento. En ningún caso fue un error conocernos. Claramente habíamos congeniado. Personas dispares en su origen, trabajo, gustos, planteamientos de vida, y formas de ser y pensar, estábamos empezando a ser amigos. Y no fue por casualidad. Casi a punto que el reloj marcase las siete de la mañana decidimos poner fin a la fiesta. Empezamos con los besos de despedida para terminar cada uno tomando una dirección en nuestra salida. Silvia lo tuvo claro. Quería a toda costa que el cuerpo más apetecible del grupo la acompañase. Aquella cuarta copa la había hecho tomar velocidad. Estaba animada y su objetivo era él. CV se ofreció a llevarla. No tuvo éxito. Ella sabía el tipo de revolcón que deseaba su cuerpo. No fue un error intentarlo aunque finalmente no se salió con la suya. Antonio resultó ser más de compromiso primero. Los errores no se eligen para bien o para mal. Hubiera salido ganando si hubiese elegido a CV. Quizá con menos cuerpo pero seguramente con más ganas de sexo. Lo malo de una propuesta de ese tipo, bajo los efectos del deseo y del alcohol es que hay un mañana. Un día siguiente con resaca, testigos y un leve recuerdo.


Acordamos tácitamente no ponerla demasiado en evidencia. Sólo la sacamos, durante unas cuantas tardes, los colores. Superó la vergüenza del después pasando desapercibida en nuestras reuniones en el parque, hasta que la escena quedó casi en el olvido.


Son las diez de la noche. Ponemos las correas a los perros y salimos del parque. Nos despedimos. Mañana volveremos a vernos. Más ó menos a la misma hora.


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