domingo, 4 de mayo de 2014

Quiero algo contigo

Empiezan a llegar. El novio coloca las tarjetas que indican las sillas que están reservadas en la ceremonia. Yo recibo a los invitados. Lo hago en el camino de acceso, justo antes de la zona determinada para la ceremonia y les invito a bajar. Menos al conductor, que le indico dónde está el aparcamiento y cómo acceder a él. Repito la bienvenida con un educado buenas noches y las instrucciones siguientes:

- Si lo desean los acompañantes pueden bajarse aquí y el conductor continuar hasta el aparcamiento. – Y lo repito una y otra vez, según va llegando el goteo de invitados.

Otro coche más y me repito de nuevo. Le sigue otro. Y uno más. Baja la ventanilla para recibir mi atención y mis ojos hablan más rápido de lo que lo hacen mis labios. Es él. Alguien a quien hace más de diez años no había vuelto a ver.
Llega el coche de la novia.

- Estoy atacada. Estoy atacada. Estoy atacada- corea según va bajando la novia del coche.
Me acerco a ella y la sonrío. Está atacada y mi papel es hacer que ya no lo esté más.

- Estás preciosa – la digo. Es sólo una mentira a medias. El vestido resalta su silueta. No es un bellezón de mujer, pero el maquillaje y el peinado la favorecen. Tiembla entre nervios y frío. Han elegido este mes para casarse y hoy un frío polar nos acompaña. Eso han dicho en las noticias y yo lo siento en mis propias carnes.

Su padre y padrino, me guiña un ojo, y deja que su hija lo tome del brazo. Yo me retiro discretamente para no salir en las fotos. Continúan por el camino de antorchas, ya encendidas, hacia la ceremonia. Suena la canción elegida por ella. “When you say nothing at all” de Ronan Keating. Y es perfecta para la ocasión porque dice que cuando no se dice nada es cuando decimos lo mejor. Y yo estoy de acuerdo.

Una mirada vuelve a clavarse en el azul de mis ojos. No deja de buscarme. Y no puedo hacer nada. Es él. Y se acerca a mí con la excusa de pedirme fuego. Aún a sabiendas que no fumo, nunca lo he hecho y él tampoco. Voy a buscar un mechero. Roza mi mano al cogerlo. Más de lo que el momento corresponde. Y se aleja con él. Se lo pasa a su mujer. Vuelve a devolvérmelo y me suplica un minuto para hablarnos. Pero los dos sabemos que un minuto no será suficiente. El tiempo siempre nos era insuficiente.

El destino quiso hacerme aparecer en su vida demasiado tarde. Justo después de cumplir seis meses de casado y diez años de noviazgo. Cuando nos conocimos yo no tenía ningún interés en él. Fue él quien se fijó en mí. Quién me abordó y me preguntó mi número de teléfono. Quien parado en el andén del Metro me miró a los ojos diciéndome lo preciosa que le había parecido.

Y desde nuestro primer encuentro, hasta que por primera vez me llamó por teléfono, pasó un tiempo. Y aquel día, dubitativo hablaba y aquella conversación se alargó. Después quedamos. Estaba muy nervioso. Yo quizá asustada, quizá sorprendida. Era demasiado joven e ingenua entonces.

Y recuerdo, jamás lo olvidaré, cómo, cuando nos despedimos en la puerta de mi casa, llevó mi mano a su miembro empalmado. Ahí de veras me asusté. Y me pidió perdón. Y contesté que no pasaba nada. Después cerré la puerta y me pregunté a mí misma cómo podía estar tan loca. Y él tan pervertido. Pero después, seguimos viéndonos, y a nuestra manera construimos nuestra " no - relación " basada en besos, abrazos, conversaciones, sexo, y más besos, y más abrazos. Porque él me quería " globalmente " y yo me estaba enamorando.

- Luego – respondo-. Ahora no es el momento -. Sé que luego tampoco lo será. Porque siento cómo el corazón se me acelera con la misma fuerza de años atrás. Y no puedo caer en esa tentación que me nubla el sentido común.

- Encuentra el momento – contesta -. Te lo pido por favor- Y sus palabras llevan la súplica impresa. Y yo no lo entiendo. Noto cómo una herida quiere abrirse.

Vuelvo con los invitados. Me corresponde estar pendiente de los detalles. Enciendo las velas. Organizo el guarda ropa. Ayudo con los regalos y me muevo bajo la fría noche sabiendo que sus ojos no me pierden de vista.

Y mientras recuerdo. Fueron tantos los momentos compartidos que no soy capaz de reaccionar. Fuimos amantes hasta que me cansé de esperar. Y amigos hasta que él escribió un punto y aparte que hoy pretende retomar.

Siempre andábamos a escondidas. Más de una vez me llevó hasta la universidad. Él vestido de traje, y yo con mi estilo informal. Pero siempre eran sitios puntuales y concretos. Muy específicos. Porque siempre iba con prisas y a hurtadillas. Y le llamaban del trabajo. O mejor, primero fueron los avisos al "busca ". Y él devolvía la llamaba desde el teléfono fijo de mi casa diciendo que en cinco minutos volvía. Y esos cinco minutos se volvían horas a mi lado. Me tenía cariño, decía. Y mientras él tenía este sentimiento, yo me enamoraba. Porque me olvidé de no hacerlo. Porque no me lo prohibí en el momento exacto. Y se me hizo demasiado tarde.

Por eso le decía "no me olvides jamás". Porque me importaba. Me importaba demasiado. Aun sabiendo que sólo sería una amante. Con suerte, afortunada.

Una vez apareció por sorpresa en mi apartamento un sábado por la mañana. Había salido con la excusa de lavar el coche y vino a darme un beso y un abrazo. Creo que fue la primera vez que no le vi vestido de traje. Llevaba también gafas. Siempre usaba lentillas y aquel día pude verle más él.

Y la vida fue pasando. Y en pasado quedó lo vivido. Un pasado que a veces pesa y otras me emociona.

Recuerdo que alguna vez me reprochó, cuando empecé una relación, que había cambiado. Que ya no era aquella rubia de sonrisa en la mirada. Tenía razón. Aunque no derecho a hacerme el reproche. Justo cuando yo empezaba a estar feliz por poder tener una relación de verdad, él entristecía porque sabía que perdería nuestra no-relación. Y no me pareció justo. Porque yo no quería su cariño de lunes a viernes. Yo no quería caminar a escondidas. Yo no quería más que ser feliz. Pero no pudo ser.

Y le llamé llorando para contarle que mi pareja de aquel entonces me había dejado. Y él me contestó que aquello no era cierto. Que yo ya le había dejado hacía mucho tiempo. Reflexioné sobre ello y llegué a la conclusión que era verdad que aquello había terminado bastante antes de que él me dejara aquella carta de despedida. Y entonces le pedí que me besara. Miento. No, no es cierto. No se lo pedí en ese momento. Se que se lo pedí millones de veces, pero no en esa ocasión. Cuando sí recuerdo haberlo hecho fue cuando aquel me fue infiel y me sentí estúpida y decepcionada. Me prometí a mí misma que pagaría por ello. Que no le perdonaría. Y qué mejor que fuese él quien me besara apasionadamente. Y así, por un minuto, me sentí bien. Y eso era lo que importaba.

Los invitados ya pasan al salón para cenar. El aperitivo ha terminado. Dentro la chimenea está encendida y la decoración lista. Ayudo en el guarda ropa. Siento su respiración a mi espalda.

- Si no le importa estos dos abrigos en una percha y estos dos en otra. – me indica.

- Un momento por favor.- Me tiemblan las manos mientras sujeto las perchas.

Coloco en una su abrigo y el de su mujer. En otra la de sus hijos. Una niña que cumplirá pronto los dieciséis. El niño es algo menor. No sabría decir la edad. Ya no me acuerdo.

Pero si recuerdo cuando me decía que hablaría con su hija y la explicaría el significado de la verdadera felicidad y la importancia de alcanzarla. La aconsejaría que se enamorase tantas veces como la vida se lo propusiera. Y que no la importase lo que pensasen los demás. Y mientras, él mirando atrás. Cuidando cada paso para no tropezar. Ocultando las medias verdades y pintando de azul las mentiras.

Pongo la percha en su lugar y le tiendo las fichas correspondientes. Vuelve a rozarme la mano. Insiste en su necesidad de hablar.

- Dame un minuto.- Dejo a mi ayudante encargándose del resto de los abrigos. Salimos fuera.

Sigue haciendo un frío polar. Tanto que me tiembla todo el cuerpo. Y le dejo hablar.

- Lamento haber sido una equivocación en tu vida. Pero yo no me arrepiento. Y espero que no te enfades por ello. Te quería. Estaba absolutamente quedado contigo y me preocupaba por ti y tus cosas. Acaso piensas que nuestras caricias no eran amor?

Yo sigo en silencio. Él continúa hablando.

- Sabes? Te sigo viendo en el andén y sigo viendo a aquella mujer preciosa. Lo que ocurre es que ahora te conozco más y aquella mujer me parece aún más preciosa por su forma de ser , por su autenticidad , por haberse forjado a si misma . No me siento herido. Me siento triste por no haber actuado de otra forma en su momento. Por no haberte hecho sentir de otra manera. Y recuerdo perfectamente cuando te dije que habías sido tú quién dejó a aquel chico. Por eso me dolía que llorases. Que te hiciese daño en la forma de irse y de tratarte. El tenía todo de su lado para haberte amado hasta el infinito. Yo, al menos, así lo veía. Y no eran celos. Al principio quizá, pero no con el tiempo. Han pasado muchos años y te pido perdón por tantas cosas. Siento todo lo que pudiera haber hecho mal. Como no pasear contigo. Lo hice mal y te hice reproches que no debería haberte hecho nunca. No solo porque no tenía derecho, sino porque fui injusto. Hiciste muy bien. Tenías que buscar la felicidad y una persona que estuviera contigo en todo momento.

Se queda en silencio. Y toma aliento. Para seguir. Y me dice casi en un susurro: - Te besaría.

Y yo no muevo ni uno sólo de mis músculos. Y eso que noto cómo me tiemblan por dentro.

Los invitados ya están cada uno en su mesa. Tenemos que movernos. Él tiene que volver con su mujer. La cena va a empezar. Y entonces le digo que ya hablaremos. Luego. Más tarde. Mucho más tarde que más tarde. Y aunque resulte raro, le trato de usted y le indico su mesa. Otro invitado le saluda con emoción y juntos pasan al salón. Se giran para darme las gracias.

Y yo intento inspirar aire gélido para que no se me derrita el corazón. Porque siempre será el mismo. Demasiados prejuicios. Demasiado pasado. La vida se le desgasta y lo sabe. Pero lo soportará. No hará nada por cambiar. Demasiados peros. Porque él sabe que se equivocó, pero nunca pudo dar marcha atrás. Se hizo conformista. Le hicieron tradicional. Y la vida le ahoga. Por eso se empeña en dar importancia a los pequeños detalles, a los pequeños gestos. Esos que para la gran mayoría pasan desapercibidos. Porque son éstos y no otros los que hacen que su día a día sea especial.
Termina la cena y vamos a pasar al momento del baile. Los novios ya están entregando los regalos. Los invitados van de un lado a otro. El formalismo se rompe ahora que empiezan las copas. Música y alcohol subirán los grados de lo que queda de noche. Y entonces suena la canción con la que la pareja baila agarrados. Es su momento. Antes que los focos de colores y las pompas de jabón ambienten el espacio. Apago las luces y una media luz hace más fácil que broten los primeros compases.

Es esa media oscuridad la que propicia que me roce la mano. A escondidas. Y casi al oído me diga: - No se si vale después de tanto tiempo, pero lo siento. Y perdóname también por hacer el imbécil. Pero incluso haciendo el imbécil, pensaba en ti. Y tengo que decirte que nunca fuiste mi amante, nunca. Yo te quería, sabes? Yo te sentía. Yo te amaba y tú sabes cómo. De verdad piensas que no estaba enamorado? No me lo creo. De verdad que mis abrazos y besos eran sólo de amigo? Tu dices que estabas enamorada, y yo? Mis besos no eran iguales que los tuyos, no sentían el mismo amor, no compartían el mismo cariño, la misma confianza?

Y aunque espera mi respuesta. Yo no digo nada.

- Era amor. Ese amor que me hacía llamarte para escuchar tu voz en el contestador, que me hacía recordarte cada vez que oía nuestras canciones, que me hacía pasar siempre cerca de tu casa para imaginarte en tu vida. He pensado siempre en ti. He recordado tantos momentos de cariño, abrazos infinitos, miradas silenciosas, y tu sonrisa. Siempre natural. Siempre tú.

Y sigue recordando.

- Recuerdo cómo deseaba quedar contigo. Porque cada momento era bonito. Esa ilusión por verte. Porque fuiste la mujer que me dio tanto cariño, que tanto me escuchó, que me emocionó, que tanto me enseñó.
Y antes de que pueda seguir adelante vemos los dos cómo su mujer le busca en la oscuridad. Y él trata de esconderse más. De refugiarse detrás de mí. Y siento su aliento mientras me acaricia despacio. Me estremezco.

- Gracias por dedicarme tu tiempo. Gracias por hacerme ver cosas, sentimientos que antes no había visto y lamento, de verdad, haberte herido en su momento. Has vuelto a enseñarme qué mundo hay tras tu mirada. No te enfades y déjame decir te quiero.

Intento contener todo lo que tengo dentro. Él me acaricia la mano. Y la sujeta fuerte. Otra vez no. Esta vez escaparé.

- Si sólo nos queda esta noche, quédate, por favor. – me suplica.

Y yo me suelto de su mano. Y sin decir ni una sola palabra, porque cuando no se dice nada es cuando decimos lo mejor, me voy alejando.

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